Vamos a bosquejar un paisaje primerizo, y lo arrullaremos con el roce del rocío sobre nuestras pestañas. Ayudaremos a que el sol esparza su mágico candor por el cielo, ese que te guarda en un cofre añorado en el corazón, y llamaremos a la brisa ante el clamor de las aves, esas que migran en silencio al alma cautiva. Y luego de un momento honrado, miraremos al horizonte para fijar nuestras vidas en aquella eternidad, y nuestros ojos aprenderán a cantar. Los llanos se sembrarán de trigo y ahora el oro florecerá por piedad. Al ocaso, abrigaremos las nubes hasta que lloren para nosotros, e hilvanaremos nuestros sueños, cansados, para que no se pierdan nunca más.