jueves, 14 de febrero de 2013

La relatividad del amor

Hay quienes dicen que el amor es absoluto. Desde donde estés sientes lo mismo y sabes que es del mismo color que el de las azucenas, y es tierno y cálido, y que sabe a miel y que te hace estar en praderas y te arrastra como las olas del mar se llevan las huellas sobre la arena. Y seguramente adjudicarán también al amor los idealistas la facultad de ser etéreo, intocable, incontable, invisible, y quizá hasta dejarán dicho que se vuelve vida cuando nace en nuestro corazón. Pero qué sucede cuando tomamos conciencia de la relatividad del amor, el cual empieza en uno y temina en el otro, y que está enteramente sujeto a dos corazones ya no independientes, dos almas mutuamente referedidas entre sí. Una en un inicio el punto de partida y luego también el final.
A veces queremos aferrarnos a la idea de un amor incondicional, independiente, inmaterial y hasta absolutista, pero no nos damos cuenta que si el amor es lo más perfecto que tiene la humanidad es porque se refiere a un otro y depende de dos voluntades que se vuelven vida, de dos entes que van aprendiendo a caminar juntos para soñar con la idea de que ahora son el mismo ser y ya nada es relativo.