Juntamos las manos hacia la bóveda azul, creyendo que
pertenecemos a todo lo que vemos e imaginamos. Con el primer haz de la vigilia
del sol, se prende de un extremo en el horizonte un letrero luminoso con los
nombres que llevamos grabados en el corazón, y nuestras manos se van separando
para que se surquen con ese fuego abrasador. Escribimos en las nubes nuestras
promesas cumplidas para recordarnos cuál es nuestra razón de estar vivos, y
navegamos en nuestra mente uniendo cada momento que nos llevó a estar parados
allí frente a la aurora, aquella pieza inmortal que nuestras manos escriben en
el cielo. Juntamos las manos, y nuestra plegaria se convierte en nuestra
próxima promesa.
Me hizo imaginar sobre la existencia frente a la vida en escenarios divinos, por partes me costo hacerlo continuo.
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