Después de hablar en el centro sobre el
magnetismo del cualquier ser viviente, recordé el farol coronado de la calle
hundida por el peso de los años. Y en segundos, se decoloraron las paredes, y
las tiendas cobraron beduino estilo, los carruajes ocuparon un lugar
posicionándose de la calle alrededor del real farol. De pronto, el olor fue de
regaliz, ranfañote y clavos de olor, y el color surgió de las parejas abrigadas
por el amor. De pronto, los mitos se ahuyentaron y el pasado se hizo presente;
y entre risas, noté que aquél farol de corona plateada aún conserva su reino en
una calle hundida para nuestras miradas, una calle que se transfigura en
nuestras mentes.
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