Veo el jardín añejo y robusto
como el cántaro que invade el manantial,
lo veo plagado de verdes ojos
con cuatro puntas de fino cristal.
Una palmada del plátano regocija sus pies
ablanda sus raíces y su blanca timidez.
E incendia desde esta tierra que se hiela,
esa rosa rosa que pocas veces se enerva,
que junta columna con columna
para sostener su propia madre selva.
Y de la lejana cinta de escarnio y colapez,
la gaviota se esfuma en el espejo de agua púrpura,
ante ti pequeña rotonda
de calma seca y húmeda figura.
Y en el columpio de madera,
un retoño se prende en la niebla,
abate a un rayito de caramelo
y la luna de pecas se llena.
Veo el jardín entre mis venas,
lo veo bajo la voz de las estrellas,
bajo la garúa intrépida
que traspasa aquél copón de felpa.
Lo veo en la bisagra de mis sienes célebres,
despierto al fuego antihorario
al fuego del roce de mis labios,
al aroma del jazmín y del árbol del fin.
Trepando en la fibra de mis miedos,
ríen con furia los claveles serenos,
me abrazan ante la muralla de gardenias
y bostezan entre hojas de primavera.
Veo el jardín entre mis venas,
lo veo bajo la voz de las estrellas,
bajo la garúa intrépida,
que traspasa aquél copón de felpa.