Caí extenuada por un tropel de anhelos, y bajo un cojín, hallé un amuleto.
Brillaba, brillaba, y una sonrisa relucía en la noche, no era sigilo sino derroche, un exceso de encandilamiento.
Y fascinada por el designio del cielo, controlé marejadas y ciclones, desafié la fortuna y conseguí más que treguas a borbotones. Pero al final de la jornada, descubrí que el encanto no está en el talismán, sino en el encantado, y que no todo es obsequio ni dádiva, sino un fruto mal interpretado.
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