Entre las manos, una caja musical. Entre los labios, la sequedad de siempre. Frente a los ojos, una fotografía del abuelo. En el corazón, una bomba de tiempo.
Recelosamente me interrogo, por aquellas palabras dulcemente escritas, por la virtud de aquellos poetas que mandan señales incandescentes al atardecer, melodías que nos componen nuevos sueños. Me interrogo por esta sensación de renacer.
Bajo el marco de la puerta, la línea que nos separa. Ante la ventana, dos violetas y un bonsái. Sobre la mesa, pensamientos de sabios escritores. En el alma, un milagro.
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