Discretamente, abro el cajón de mi mesa de dormir y percibo que varios torbellinos se han instalado arrasando con las reminiscencias de la semana. Guardo en él unos lentes, y debajo de la almohada descubro varios espejismos que intentan decorar mi cama. Cobro interés por ellos y los voy situando en mi historia, difuminándolos en el denso aire de mi habitación. Y en la primera señal de su existencia, me doy cuenta que la temperatura ha cambiado y una fiebre mortal me espera, que sus imágenes han tomado mi alma, que no hay ilusión certera.
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